He aquí una ironía digna de mención: los reguladores europeos siguen imponiendo restricciones a los gigantes tecnológicos estadounidenses, alegando que se trata de proteger la soberanía. Mientras tanto, corporaciones chinas como Huawei y Alibaba están obteniendo un acceso sin precedentes a la infraestructura en todo el continente. Lo mismo ocurre con los fabricantes chinos de vehículos eléctricos que inundan las carreteras europeas.

La contradicción es evidente. Bruselas se posiciona como defensora frente a las grandes tecnológicas, pero al mismo tiempo abre discretamente las puertas a entidades que plantean auténticas cuestiones de seguridad. No se trata solo de una política incoherente: es entregar una ventaja estratégica a Pekín mientras se debilita la propia posición de Europa.

La última aplicación de la Ley de Mercados Digitales es solo otro ejemplo de este enfoque desequilibrado. Duras declaraciones por un lado, acciones permisivas por el otro.